Cuando leí que el director general de Apple, Tim Cook, aseguró que hay muchas personas en las redes sociales que difunden información falsa, a fin de obtener el mayor número de likes y esas mentiras “están matando la mente de las personas”, entendí la agudización del fenómeno de polarización que vive México.
La polarización en la sociedad mexicana, particularmente en la Ciudad de México, no es nueva, pero como nunca antes ha llegado a niveles tan elevados, que la confrontación social es constante. Su más reciente expresión fue la marcha del domingo en contra de Donald Trump.
En 1999 fui testigo de la dinámica de odio y polarización que lastimó gravemente a la UNAM. Una herida tan profunda que todavía, a 18 años de distancia, no sana del todo y lleva a sus protagonistas a descalificar todo lo que no se ajusta a su esquema mental.
En ese 1999, año del paro estudiantil encabezado por el radical Consejo General de Huelga (CGH) era muy normal que un grupo de jóvenes ofendiera y sacara a punta de insultos a los maestros e investigadores eméritos de la UNAM de las instalaciones universitarias. Hasta escupitajos en la cara a los maestros y la indignante colocación de alambre de púas para impedir el ingreso a Ciudad Universitaria, en nombre de la justicia social de defender la gratuidad absoluta de los estudios universitarios.
La mayoría universitaria no conjugaba con esa posición radical, pero nada hacía. El activismo de la minoría siempre se impuso hasta que entró la entonces Policía Federal Preventiva (PFP) a recuperar las instalaciones de la UNAM.
La polarización de la comunidad unamita estaba consumada. El dominio de los radicales sobre los “moderados” fue innegable y dejó como herencia un campus universitario vedado a expresiones políticas que no conjugan con la visión radical y su método de “lucha social” basado en la violencia y el insulto.
También recuerdo que siete años después, como efecto inmediato de las elecciones presidenciales que perdió Andrés Manuel López Obrador (AMLO), la Ciudad de México se partió en dos enormes bloques. Por un lado, los partidarios de López Obrador, defensores a ultranza de un triunfo que hasta hoy consideran robado. Por el otro lado estaba el resto de los ciudadanos, panistas, perredistas, apartidistas. La vida política era blanco y negro; o se estaba con López Obrador o se estaba contra él.
El bloqueo de la avenida Reforma y la decisión de plantarse en el Zócalo capitalino durante largas semanas también abonó en esa polarización que todavía se vive, se respira y que ha encontrado en las redes sociales, plagadas de anonimatos, el mejor campo para propalarse.
Aunque en este país existen avances innegables como la verdadera democratización de las tecnologías de información, a partir de la competencia propiciada por una de las reformas estructurales, y se logró que el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) dejara de mandar en el sistema educativo mexicano, que la historia nos mostrará es uno de los cambios más importantes para el futuro de este país, la polarización no ha permitido valorar absolutamente nada positivo de este gobierno.
La decisión de tratar a todos por igual y obligar a pagar impuestos a todos, hasta a las iglesias, generó molestia entre los empresarios y los poderosos jerarcas católicos, que torpedean a diario al gobierno federal y el alza en el precio de las gasolinas terminó por darle la razón a los grupos sociales que desde el principio han intentado sabotear al gobierno federal para alzarse con un derrocamiento del PRI en el gobierno.
No lo ha derrocado, pero lo han herido de muerte, porque la torpeza del círculo cerrado de la Presidencia de la República aleja cada vez más a Enrique Peña Nieto y ese alejamiento cultiva la polarización nacional.
Yo veo hoy en México el mismo escenario que vi en Ciudad Universitaria hace 18 años. Un grupo radicalizado que toma cada día más espacios; un grupo de políticos torpes; un grupo de ciudadanos que instan a la sensatez y se topan con la cólera de la clase media herida en sus bolsillos por el gasolinazo, y a una gran masa de mexicanos indiferentes que permiten el crecimiento de una polarización en la que ya ni siquiera se puede enarbolar la Bandera Nacional con libertad, porque la intolerancia acusa la promoción electoral a un partido político.
Tiempos de polarización, sin duda.