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El “Pinocho” mexicano

Por Ma. Elizabeth de los Rios Uriarte*

Siempre me ha resultado entre fascinante y vergonzosa la habilidad mitómana de los mexicanos. Hasta para mentir se necesita saber hacerlo y nosotros somos verdaderos maestros de la mentira.

Bien sea para justificar un retraso, irse de pinta un día, solicitar un permiso “especial”, recuperarse de una “cruda”, escabullirse de una multa, desentenderse de una obligación o simplemente desaprovechar una oportunidad somos expertos en hacer crecer nuestra nariz, cual “pinochos” cada día y cada semana del mes.

En aras de la mentira, matamos a nuestros familiares y los resucitamos con tanta facilidad que pareciera que le robamos crédito a Jesucristo, le atribuimos poderes fantásticos a nuestras mascotas o bien instintos demasiado salvajes como comerse las tareas o morder nuestra computadora, nos creamos enfermedades raras y de difícil diagnóstico que desaparecen en menos de 24 horas, ponemos al borde de un paro cardíaco a la abuela o al hermano con tal de no llegar o de llegar tarde y no ser sancionado por ello, en fin, son numerosos los pretextos que somos capaces de inventar con tal de no cumplir con nuestras actividades.

Lo preocupante de esta habilidad cuasi hábito tornado en vicio son dos cosas: la primera es que, poco a poco y sin darnos cuenta, se nos va haciendo normal, es decir, la normalización de la conducta anormal es un síntoma grave de una descomposición social. Cuando un fenómeno se repite constantemente y el espectro donde se presenta cubre todas las esferas sociales y culturales de un país sólo queda preguntarnos si ésta, en sí, pertenece a nuestra ontología y en cuyo caso no hay mucho más que hacer para paliarla o corregirla o si en verdad es un vicio que hemos ido adquiriendo sin darnos cuenta pero que es aún rescatable cuando sobrevenga la lucidez de la conciencia.

Un segundo aspecto que preocupa es el hecho de escapar de nuestras actividades u obligaciones. Esto es que, ya no nos preocupa no cumplir porque “nadie más cumple”, ya no nos agobia no llegar a tiempo porque “nadie llega puntual”, ya no nos sobresalta la idea de no entregar un pendiente porque lo más seguro es que “nadie más lo haga”. Esta justificación del incumplimiento propio en función del incumplimiento de otros representa un malestar de la comunidad de personas donde estamos insertos.

Mentir no es normal ni está bien, tampoco constituye un ejercicio argumentativo que defienda ciertas conductas de suyo malas o equivocadas. Habría que hacer una crítica a lo común para detectar que no porque “todos los hagan” la conducta está bien. Es irresponsable y siempre lo será no cumplir con el deber, aún cuando puede ser demasiado fácil inventarse algún pretexto para no hacerlo.

Los mexicanos debemos aprender a cumplir “con, sin y a pesar de” no por la vergüenza que nos debería de dar mentir sino por la convicción profunda de que sólo haciendo lo que debemos somos lo que estamos llamados a ser.

 

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