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Tirar un rector de la UNAM

La UNAM fue usada como escenario de entrenamiento político para perredistas y petistas…

Desde 1997 ningún partido político en los gobiernos capitalino y federal había tenido tantas manos interesadas metidas en la UNAM, como ahora las tiene Morena, no sólo en académicos que ahora son servidores públicos en los dos niveles de gobierno, sino en antiguos y experimentados activistas estudiantiles que hoy también son funcionarios de gobierno.

El priismo que dominó políticamente al país desde el momento en que la revolución comenzó a convertirse en instituciones, tenía, por supuesto, sus intereses cimentados en la UNAM. La historia de sus conflictos internos dejan constancia de la forma en que los gobiernos federal y capitalino de la era priista metieron las manos para tirar rectores.

Pero también la historia del México plural nos deja ver que la UNAM fue usada como escenario de entrenamiento político para los futuros integrantes de la nueva clase política desde los partidos de oposición al priismo, principalmente el PRD y el PT, que tuvieron en las aulas de la UNAM a muchos de sus militantes.

El último rector de la UNAM que fue víctima de todas esas manos políticas metidas en nuestra máxima casa de estudios fue el químico Francisco Barnés de Castro, quien fue orillado por el gobierno del priista Ernesto Zedillo a subir las cuotas escolares y después abandonado a su suerte, ante el activismo intenso del perredismo que ya gobernaba la capital del país, que tenía a muchos de sus activos metidos en el Consejo General de Huelga (CGH), pero que fracasaron ante el radicalismo de los llamados ultras, que hoy forman parte de las filas de Morena en la capital del país y en el Estado de México.

Desde ese doloroso episodio de la huelga de 10 meses del CGH, la UNAM vivió 20 años de estabilidad, de la mano de Juan Ramón de la Fuente, de José Narro y del primer periodo de Enrique Graue, los tres médicos y los tres parte de un mismo grupo político que después se bifurcó.


Desde el año pasado, diversos grupos de encapuchado comenzaron a hacer presencia en la Rectoría de la UNAM para dejar en claro que desean la renuncia del rector Graue.

Por supuesto que la Junta de Gobierno de la UNAM no los tomó en cuenta, porque en una institución académica se escuchan las razones, no el vandalismo y ratificó a Graue como rector de la UNAM; sin embargo, esos encapuchados han utilizado la legítima lucha de mujeres estudiantes en contra de la violencia de género, para imponer sus decisiones y llevar a paro a muchas escuelas y facultades, a pesar de que la comunidad estudiantil las rechaza.

Para quienes vivimos la UNAM desde hace décadas y pertenecemos a su comunidad desde el siglo pasado, sabemos que los militantes y simpatizantes de Morena están interesados en el conflicto de la Universidad Nacional, pero como Morena es muchos grupos, no está claro hasta qué punto y qué intenciones tiene ese interés.


En 2015, Enrique Graue ganó la Rectoría de la UNAM de manera sorpresiva. Las apuestas estaban con Sergio Alcocer, quien al ser entonces el favorito del rector saliente, José Narro, ya se veía en el piso sexto de la Torre de Rectoría, pero unas horas antes de que la Junta tomara la decisión, un grupo de alumnos y académicos, coordinados por John Ackerman, amenazaron con desestabilizar a la UNAM, si Sergio Alcocer quedaba como rector. Lo señalaban como una imposición del entonces gobierno del priista Enrique Peña Nieto.


La Junta se decidió por Graue, identificado con el grupo de Juan Ramón de la Fuente, ex rector y hoy representante del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ante la ONU, porque ese grupo garantizaba a la UNAM la estabilidad que la caracterizó durante 20 años.

El conflicto actual, que tiene paralizadas las actividades académicas de algunas escuelas y facultades, en casos como la Facultad de Filosofía y Letras y la Escuela Nacional Preparatoria 8, desde el año pasado, implica un reto para el gobierno federal, porque no le conviene tener una UNAM convulsa, no solo porque lesiona a la comunidad académica más numerosa e influyente del país, sino porque abre la puerta a que la universidad se utilice como ariete para dirimir las diferencias internas de Morena, actualmente con dos presidentes nacionales.

El presidente López Obrador ha dicho muchos veces que Morena no es como el viejo PRI. Aquí tiene la oportunidad para demostrar que dice la verdad. En su gobierno hay quien conoce tanto a la UNAM que puede ayudar a frenar este conflicto, al cesar respaldos a un movimiento artificial que va por la cabeza de un rector.

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