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La marcha del silencio

La visión de los medios de hace 50 años

Por Daniel Francisco, Andrés Otero y Deyanira Morán
UNAM GLOBAL

Ante la campaña negativa del gobierno que los acusaba de revoltosos y participantes de una conjura internacional contra México, los estudiantes demostraron que podían marchar en silencio, sin maldecir y con imágenes de héroes nacionales. Una protesta pacífica. Tocar las puertas del diálogo que nunca llegaría.

Ni Don Pablo González Casanova imaginaba el final del movimiento estudiantil de 1968. Días antes del 2 de octubre escribía en el Excélsior lo siguiente: “El gobierno tiene la alternativa de aceptar el diálogo y resolver las seis demandas del pliego petitorio o usar de su poder represivo, cuidando sólo de que las formas sean legales. Por lo pronto no parece previsible un golpe de Estado ilegal” (13 de septiembre de 1968).

Al día siguiente de la marcha, El Universal publicó que “algunos (estudiantes) para demostrar que se trataba de una manifestación silenciosa, se colocaron esparadrapos en la boca”. El Día señaló que en el mitin, donde hablaron tres estudiantes (dos hombres y una mujer), los puntos de los discursos fueron:

· No se da un paso atrás a la lucha
· El pliego de peticiones debe ser resuelto
· Las discusiones, de celebrarse, deben ser públicas
· En esta ocasión no se defraudará al pueblo

El Día destaca dos factores más: la aparición de la V de la Victoria entre los manifestantes y que muchos de ellos llevaban tela adhesiva en la boca.

El Universal de ese 14 de septiembre se mostró preocupado por el tráfico: “La columna marchó lentamente, provocando graves trastornos al tráfico, ya que su paso tuvo dos horas de duración”.

“Los días y los años” de Luis González de Alba describe ese día:

“El helicóptero seguía volando casi al ras de las copas de los árboles. Finalmente, a la hora señalada, se inició la marcha en absoluto silencio. Ahora no podrían oponer ni siquiera el pretexto de las ofensas. Apenas salidos del Bosque, a unas cuadras de iniciado el recorrido, las columnas empezaron a engrosarse. Todo el Paseo de la Reforma, banquetas, camellones, monumentos y hasta árboles, estaba cubierto por una multitud que en cien metros duplicaba el contingente inicial. Y de aquellas decenas y después cientos de miles sólo se oían los pasos. El silencio era más impresionante que la multitud. Si los gritos, porras y cantos de otras manifestaciones les daban un aspecto de fiesta popular, la austeridad de la silenciosa era semejante a la de una ceremonia solemne. Entonces, ante la imposibilidad de hablar y gritar como en otras ocasiones; al oír por primera vez claramente los aplausos y voces de aliento de las gruesas vallas humanas que luego se unían a nuestro contingente, surgió el símbolo que pronto cubrió la ciudad y aun se coló a los actos públicos, la televisión, las ceremonias oficiales: la “V” de ¡Venceremos! Hecha con los dedos, formada con los contingentes en marcha; pintada después en casetas de teléfonos, autobuses, bardas. En los lugares más insólitos, pintado en cualquier momento, brotaba el símbolo de la voluntad inquebrantable, incorruptible, resistente a todo, aun a la masacre que llegó después. En los días siguientes al 2 de octubre, la “V” continuaba apareciendo hasta en las ceremonias olímpicas, en las manos alzadas del Pentatlón Militar Deportivo y en todas partes. Nada parecía poder extinguirla.

“Otra vez el Paseo de la Reforma, la avenida Juárez, Cinco de Mayo, el Zócalo. La gente en todas las ventanas y balcones, en las banquetas, sobre las estatuas, en las ramas de los árboles. Ahora podíamos oír las exclamaciones, los gritos de ánimo, los aplausos. Otra vez el Zócalo lleno. Mantas, pancartas, grandes dibujos de Zapata y Villa pero ninguno de Carranza o de Obregón. Cuando nuestro contingente entró al Zócalo ya se había iniciado el mitin. Cada orador trataría un punto del pliego petitorio. Al final, ya de noche, se rompió el silencio con el Himno Nacional. Puestos de pie y con antorchas encendidas en alto finalizamos la manifestación y el mitin”.

El diario Excélsior, al igual que Don Pablo González Casanova, no pensaba en un final trágico para el movimiento estudiantil. En su editorial del 14 de septiembre, Excélsior publicó: “Puede pensarse, a la vista de este desfile de ayer, que podrá haber en término corto una transición que conduzca del desacuerdo a los razonamientos y a la postre al entendimiento”. Todos sabemos el final de esta historia.

Foto de la portada: Fundación Wikimedia, para uso libre.

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