SALA DE ESPERA
“Yo estaba con Gerardo Unzueta y salimos de la celda como pudimos: yo gateando y nunca en mi vida había gateado”, recordó don Gilberto Rincón Gallardo aquella fría mañana del viernes 27 de noviembre de 1987, horas después de que había sido electo primer secretario general, líder, del Partido Mexicano Socialista (PMS), el de la unidad total de la izquierda mexicana, sucesor del PCM y del PSUM y de lo que años más tarde iba a ser el PRD, partido al que renunció en 1999 cuando Andrés Manuel López Obrador se hizo su líder.
“… y nunca en mi vida había gateado”, lo dijo remarcando lo obvio, como pidiendo al reportero y al fotógrafo Juan Miranda que lo entendieran, pero sin ningún dejo de victimización ni de solicitud de compasión.
Su discapacidad física le había impedido gatear. Y lo contó con la naturalidad y la sencillez de un niño, de ninguna manera de víctima. Al contrario: resaltó el acto heroico de un compañero de celda, Rafael Jacobo, otro preso político, quien utilizó sus brazos como cadenas y candado en las rejas abiertas (a propósito) de la Crujía 1 de la cárcel de Lecumberri, para dar oportunidad a su compañeros de buscar refugio ante un ataque de presos comunes contra los presos políticos, en el llamado Palacio Negro.
Nacido en la mejor de las cunas, a los 14 años de edad Rincón Gallardo supo de la discriminación de la sociedad y de su familia. Sí, su apellido y su origen son de abolengo. Cuando quedó huérfano, la mayoría de sus familiares lo hizo a un lado. En la entrevista con el escribidor, tampoco se quejó de ello.
“Entonces quedé solo y desligado de la familia por ciertas sinrazones. No tenía identificación con ellos; no la tengo. Pero tampoco les tengo aversión alguna. No hay contacto por mucho tiempo. Nuestros caminos han sido distintos, aunque bueno, un tío materno me presentó a Jacinto López”, un líder campesino de la izquierda mexicana.
Las “sinrazones” eran obvias: su discapacidad física. Por ello, tuvo muchos apodos, que asumía y hasta los celebraba: sufrió de lo que hoy le llaman bullying; burla, carrilla se decía antes.
El PRD, se sabe ahora, aunque Rincón Gallardo lo supo desde antes y por eso se alejó, fue la tumba de la izquierda mexicana. La real.
El viejo izquierdista, demócrata hasta su muerte, que no sabía hacer otra cosa más que luchar, buscó formar nuevas corrientes políticas que rescataran el idealismo de su generación, surgido en muchos casos, como el de él mismo, del humanismo y del amor a los pobres del cristianismo de los años 50 y 60 del siglo pasado. Él fue uno de los que pasaron de la catequesis católica a la militancia comunista en aras de la justicia social.
No le fue bien en la política fuera del PCM, del PSUM y del PMS –su reales partidos—, pero junto con su esposa Silvia y su hija Lídice siguió en la batalla contra la discriminación.
Fue un luchador constante, negociador para lograr avances. Consiguió, junto con activistas, que se creará el hoy célebre Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), del que fue su primer titular en 2003 hasta el 2008, cuando murió. El Conapred es un organismo para prevenir, hacer visible, denunciar y combatir la discriminación en este país.
Lo buscó y lo hizo no para ser politicamente correcto, sino para que lo mexicanos que sufrían y sufren cualquier tipo de discriminación por cualquier motivo en la calle, en la escuela, en el trabajo, en la sociedad tuvieran quien vele por ellos, por ese derecho humano, un derecho de las minorías.
De eso trata, ¿se trataba?, el Conapred, que el presidente López Obrador dijo no saber de su existencia, aunque él haya nombrado su directora renunciante.
Pero hoy un gobierno de “izquierda” al parecer busca cobrarle facturas, vengar presuntas afrentas y pareciera que le cobra el atrevimiento de haber renunciado a un liderazgo político que previó antidemocrático, y que el organismo que impulsó haya nacido en el gobierno de Vicente Fox, el mismo con el tuvo problemas políticos el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal.