SALA DE ESPERA
Con base en una reciente Sala de Espera, algunos lectores y sobre todo amigos (decir muchos es falso) me han preguntado ¿entonces, qué le preguntarías al Diablo en una entrevista periodística? Y peor o mejor aún: ¿es el Diablo un personaje entrevistable desde el punto de vista periodístico? Y, se lo pregunta el escribidor a sí mismo, ¿qué tal que el Diablo te lleve porque no le gustó la entrevista que le hiciste?
Se sabe ya, desde hace miles de años, que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones… Sabes que el Diablo no necesita de una entrevista para cargarse a nadie.
Pero, tú eres reportero y como tal irías al mismo infierno a entrevistar al mismísimo Diablo, según te lo juraste. Ya.
El jefe de prensa de don Satanás te contesta y te dice que tendrás una hora para la entrevista y nada más. Protestas. Argumentas que los hombres lo han hecho la encarnación del Mal desde que el Universo es el Universo: ¿cómo reducirla a una hora? Tu interlocutor dice: ¿lo toma o lo deja? No hay más tiempo; tiene que entender que está muy ocupado. Agrega el vocero: ¿Imagina cuántas almas perderá mientras estará respondiendo a sus preguntas? Y además: no sabemos cuándo podrá recibirle; deberá estar listo para nuestro llamado.
Oiga, no; no soy títere de nadie; por lo menos, deme una fecha. No, no es posible; estamos a disposición de la agenda del señor, usted decide. Ok, ni modo. Ok, nosotros avisamos en cuanto esté todo listo. ¿Le dejo mi número? No, no se preocupe; nosotros sabemos como localizarlo. Oiga, pero es que necesito saberlo con anticipación para llevar a mi fotógrafo. Está bien, pero no se preocupe por él; acá tenemos bastantes fotógrafos y también estenógrafos y grabadoras y camarógrafos y comunnity managers; espere nuestra llamada.
La ironía te gana y comienzas a pensar y ¿no tendrán allá directores de periódicos, revistas, canales de…? Y el jefe de prensa del Chamuco interrumpe tus malos pensamientos: sí, acá también tenemos muchos de ésos en los que está pensando; no se preocupe. ¡Ah cabrón!, crees que piensas. Y sigues escuchando la voz condescendiente que te reitera: no se preocupe; nosotros le avisamos, pasamos por usted, está muy cerca de nosotros, más de lo que supone; prepárese.
Y entonces, reportero como te crees, te pones a preparar la entrevista, a buscar la información disponible para no preguntar lo que ya se sabe, para hacer preguntas que provoquen respuestas novedosas. Recuerdas que Alex Haley, aquel negro entrevistador nada menos que el de las grandes entrevistas de la revista Playboy, la misma de las mujeres encueradas, quien le contestó a Federico Campbell que el entrevistador debe ser una especie de apoderado, representante, hurgador de lo que hipotéticamente preguntarían los probables lectores…
Y piensas que debes empezar por el principio: ¿quién es el Diablo? ¿El Ángel caído? ¿Cuándo cayó? ¿Quiénes fueron sus compañeros? ¿Por qué fue el líder y no otro ángel caído? ¡Ah chingao! A ver hagamos otro principio: ¿cuál es su nombre propio? ¿Luzbel? ¿Lucifer? ¿Satán? ¿Satanás?, ¿Belial?, ¿Belcebú? ¿Demonio? ¿La Bestia? ¿Valdrá la pena desperdiciar un parte de la entrevista en su nombre? ¿Lo necesitará el lector? ¿Por qué dejar la felicidad del cielo por querer ser igual a Dios?
Intentas leer lo que se sabe del Diablo y su mundo o su infierno; bueno, su entorno. ¿Qué mejor que La Divina Comedia? ¿De veras? ¿El Diablo la habrá leído, qué piensa de ella? ¿El infierno está dividido en círculos? ¿Dante o Beatriz lo conocieron; él los llevó y luego se los llevó?
También: ¿Neta que se disfrazó de víbora para convencer a Eva para que convenciera a Adán? O ¿qué platicó con Jesús durante 40 días en el desierto? ¿Es cierto que usted lo tentó? ¿Le ofreció lo que dicen los Evangelios? ¿Cuánta lana? ¿Sabía usted que Jesús es el hijo de Dios?
Revisas la historia y te preguntas si el mismo Dios o el mismo Diablo tuvieron que ver en las decisiones que marcaron la historia del mundo o tienen que ver… Buen inicio, piensas, sueñas. A manera de ejemplo: ¿quién fue el consejero de Cristóbal Colón para descubrir América? ¿Cuál fue, es, la diferencia? Es claro que en este caso se trata de un reportero latinoamericano.
Y contra lo que se piensa, al Diablo hay que preguntarle ¿si protegió a un tal Hitler? ¿Ese señor es sinónimo de humano o demoniaco? ¿Lo aceptó en sus infiernos? ¿De veras? ¿Por qué? ¿La soberbia contra su Dios lo llevó a aceptar a tal ente? ¿De veras el Diablo es tal malo como Hitler? ¿Su soberbia es tan grande, como la nuestra?
Piensas que hay que sumarle cien, mil, un millón de preguntas, pero sólo hay una hora.
Y, entonces te das cuenta que no, que no es fácil buscar una pregunta para una respuesta novedosa, aunque nadie nunca haya entrevistado al Diablo.
Viene lo peor: el jefe de prensa del Charro Negro no te ha llamado ni responde a tus llamadas desde hace semanas. meses. Pero un buen día, cuando brindabas con tu amigo Víctor Manuel Torres, suena el celular y, medio achispado, oyes a aquel jefe de prensa que dice: listo, mi jefe lo espera en una hora.
Y sabes que no puedes desperdiciar la oportunidad. Ya no sabes por dónde empezar, pero sí que no empezarás la entrevista con algo así como ¿estoy entrevistado al Mal o a quién? Por muy buena prensa que tenga por estos rumbos, ya se sabe que el Diablo es el más malo de todos los malos. Esa no es nota, dirán los reales reporteros.
Quizás, sólo para romper el hielo y pensando en tus lectores mexicanos, deberías abrir la entrevista con un ¿a quién le va: a los diablos rojos del México o a las diablos rojos del Toluca? Quizás se ría (él y también lectores; unos comprenderán, otros, no; pero a los que les gusta el futbol o el beisbol seguirán leyendo), y luego tendrás 55 minutos más para hacer preguntas importantes.
Estás frente al mismísimo Diablo y te sobran 55 minutos para preguntar. Por lo pronto ya cayó: primero hizo una mueca de sorpresa o desaprobación y luego soltó una carcajada por tu primera pregunta y respondió que le va a ambos… porque son diablos y rojos. Ya estás en ventaja; ahora es cuestión de no perderla de aquí pa’lante.
No debes olvidar, te repites, que la nota de la entrevista es lo que diga el Diablo, no lo que tú pienses de él.
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