Por Francisca Saavedra*
Ni hablar, el mexicano quiere gobierno pero que nadie lo gobierne a él. Quiere que se acabe la impunidad, pero no en la que él se maneja. Pide que se acabe el abuso de poder, menos el que él ejerce, y así podemos seguir con todas las malas costumbres que quisiéramos cambiar en los demás.
Y sin que sea chiste, aunque suene, la historia “tropicalizada” dice así.
Dios llamó a su hijo Jesús y le dijo:
-Ya no aguanto más tantas oraciones que recibo de los mexicanos para acabar con la delincuencia, la injusticia y la impunidad en su país. Así que te vas inmediatamente para allá, llévate un buen grupo de ángeles de tu confianza y pon en orden ese país.
Jesús obedeció.
Tiempo después (aunque en el cielo no hay tiempo) Jesús regresó ante Dios, quién le preguntó:
-¿Qué pasó hijo, cómo te fue, se arregló todo en México?
-¡Ay Padre!, contestó Jesús en tono de lamento.
Y Jesús procedió a contarle a Dios:
-Formé un grupo especial de ángeles y aprovechando el año electoral logré ganar la Presidencia de México. La inmensa mayoría votó por mí, por ser hijo de Dios.
De acuerdo a la proyección de las metas lo primero que hicimos fue construir penitenciarias grandes en cada municipio del país pues sabíamos que las íbamos a necesitar.
Atrapamos a todos los narcotraficantes y secuestradores junto con sus colaboradores. Desde ahí empezó el problema. Cayeron gobernadores, secretarios de Estado, presidentes municipales, jueces, ministros, jefes de policías, empresarios, funcionarios de aduanas, transportistas, artistas líderes sindicales y gente del clero.
Ni modo, todos a la cárcel, pero se desestabilizó el sistema por la ausencia de esas personas en esos cargos.
Para mejorar la seguridad en la vía pública detuvimos a los conductores y confiscamos los vehículos en los casos de no traer placas, licencia o tarjeta de circulación, traer vidrios polarizados, conducir con alcohol en la sangre, en sentido contrario o con exceso de velocidad, estacionarse en lugares prohibidos, traer gente en las bateas de las camionetas o camiones, violar leyes ambientales o llevar niños sentados en las piernas del conductor.
Desde ese día desapareció el 80 por ciento de motocicletas, el 50 por ciento de taxis, el 95 por ciento de micro buses y camiones de pasajeros (incluidos metrobuses y turibuses), más del 20 por ciento de autos particulares, el 95 por ciento de los vehículos de PEMEX y CFE y unos cuantos cientos de patrullas y motocicletas de la policía.
Tuvimos que crear grandes corralones para esos vehículos y contratar miles de personas para los trámites.
Las calles empezaron a estar desiertas de vehículos pero llenas de gente sin poder trasladarse
Mandé a los ángeles a detener y multar a los ciudadanos que evadían impuestos, los que se robaban la energía eléctrica, los que tenían doble acta de nacimiento de sus hijos, los que recibían ayuda del gobierno sin tener derecho, los aviadores, los que se robaban cosas del centro de trabajo, los que simulaban enfermedad o lesiones para cobrar ayudas, los que vendían o compraban calificaciones en las escuelas, a los que vendían o compraban títulos universitarios, a los que tiraban basura en áreas verdes, a los que quemaban los bosques y la basura, a los que contaminaban el aire, los ríos, lagunas y mares; también a los que dieron mordidas por trámites y a los que las recibían, a las concubinas que se dieron de alta como madres solteras para recibir dinero; a los que compraban cosas robadas como gasolina, llantas, radios, refacciones de auto y ropa; detuvimos a los policías con antecedentes penales o que dieron positivos en las pruebas de dopaje; a los periodistas y dueños de periódicos que sobornaban o extorsionaban a los funcionarios y ciudadanos, y ya teníamos los planes para meternos a los sindicatos y escuelas para investigar a esa gente y castigar a los malos.
Estaba decidido a acabar con la impunidad, tal como lo piden los mexicanos.
-Entonces ¿qué pasó?, preguntó Dios.
-Pues nada, dijo Jesús. Que llenamos las cárceles y con la agilidad del sistema jurídico mexicano, necesitábamos tener encerrados y alimentar a varios millones de mexicanos.
Las calles quedaron desiertas. Dejaron de funcionar la mayoría de las empresas e instituciones importantes, en una palabra se paralizó México. México funciona gracias al sistema del que sus ciudadanos se quejan. La corrupción.
-Bueno, intervino Dios, para eso te mandé, para arreglar las cosas. ¡Debiste quedarte a arreglarlo todo!
Jesús, sonrió, y le dijo a Dios:
-Padre, tengo en mi contra una orden de aprehensión por fraude electoral, enriquecimiento inexplicable, abuso de poder, falta de acta de nacimiento, estoy acusado de llegar a Presidente aun siendo soltero y además siendo extranjero.
Me agregaron práctica ilegal de la medicina documentada en la Biblia y el clero me inició juicio por practicar la magia, también documentada en la Biblia.
Las marchas y plantones pedían mi destitución y acabaron por desquiciar el país y mejor salí huyendo hacia acá
-Por eso Padre, dijo Jesús, mejor déjalos como están, que se acaben solos entre ellos y después hacemos otro país con gente que sepa apreciar lo que les diste de recursos naturales, ubicación geográfica, clima, agua en abundancia y tierra fértil.
Los mexicanos quieren acabar con la impunidad, pero NO con la propia, ¡solo con la de los demás! y esto duele y mucho.
¿Verdad que suena a chiste? Pero no lo es.
*Francisca Saavedra. Es periodista, durante 30 años trabajó en Televisa, fue corresponsal en Egipto y Australia y su última responsabilidad en esa empresa fue la Dirección de Corresponsales Extranjeros. Fue una de las fundadoras de ECO, el sistema de noticias 24 horas. A los cuatro años le dio poliomelitis (en ese entonces no existía la vacuna), y desde entonces para poder desplazarse ha utilizado muletas, aparatos ortopédicos y silla de ruedas.