SALA DE ESPERA
Las frases más ridículas que se escuchan en la actualidad política mexicana son del tono “no creí…”, “no puede ser…”, “me engañó…”, “prometió lo contrario…”, “yo no voté por eso..” “pensé que…”, “¡no es posible..!”, y alguna con sinceridad: “me equivoqué…”
Y esas frases ya se les oyen a los ciudadanos comunes y corrientes (“de a pie”, se dice ahora), a burócratas de bajo, medio y altos pelos, empresarios deseosos de más ganancias y a presuntos sesudos analistas políticos que en total llegan a ser como unos 16 millones de mexicanos que se sumaron a otros catorce para alcanzar los 30 millones votantes que optaron “por el cambio”, porque “ya estaban hartos de la corrupción y de las tonterías” gubernamentales que tanto nos han afectado.
Y no hay duda que esa fue la mayoría de los votantes, la triunfadora en las elecciones legales y legítimas, aunque apenas sean una tercera parte de los habitantes de este país. En esto no hay engaño: ni en que ganaron legal y legítimamente y tampoco en que son la minoría mayoritaria… decidida a arrasar a quien no piense como ella.
Con toda esa razón la mayoría de los medios de información (impresos, electrónicos, digitales) y sus estrellas mediáticas buscan el acomodo, lo que creen que será su sobrevivencia (se equivocan ellos y sus patrones), los “amigos” y los despreciados, los “fifís” y los “chayoteros”, sin diferencia alguna. Ya se verá.
Pese a todo, nadie puede ni debe llamarse a engaño en la coyuntura que vive México, ni ciudadanos, ni políticos, ni empresarios, ni periodistas “independientes” y “oficialistas” –según las definiciones actuales desde el poder–, ni burócratas, ni desempleados, ni delincuentes, ni respetuosos de la ley, ni nadie… Quien lo haga será para justificar su decisión y su acción en el momento de emitir su voto.
Simple: el Presidente de la República electo, ése que tomará posesión el próximo1º de diciembre, no engañó a nadie. Él ha sido congruente en su discurso y en su acción; no en los recientes 18 años, sino en los últimos 30 años. No es ninguna novedad lo que dice y lo que hace. Ha sido, hay que reconocerlo, congruente entre sus palabras y sus hechos. Si usted lector no lo cree, revisé su actuación pública de 1988 a la fecha; si lo hace sinceramente podrá observar la congruencia y, paradójicamente, también las contradicciones del hombre que logró la mayor votación electoral en México.
Y si se hace esa revisión se llegará a la conclusión de que no hubo engaño. No. Hubo algo peor: autoengaño en los votantes.
Andrés Manuel López Obrador es un genio mediático. Sabe hablar ante el auditorio que tenga enfrente. Convence lo mismo a un proletario que a un burgués; a un pobre que a un rico; a un campesino que a un latifundista; a los obrero y al patrón; a un empleado que a un capitalista; los “inteligentes” se le suman para no quedar fuera (ya se sabe que en México vivir fuera del presupuesto es vivir error); los serviles buscarán el mejor puesto y también la oportunidad de ser el sucesor.
López Obrador no engañó ni engaña a nadie. Él sabe lo que quiere: el poder absoluto… como lo tuvieron los presidentes priistas por excelencia, aquellos en cuyo país no se movía ninguna hoja del árbol de la política nacional sin su consentimiento, y en el que el reloj del país marcaba la hora del Señor Presidente de la República.
No, no hay engaño. Lo que hoy pone en práctica lo ha venido proclamando desde 1988 cuando era priista y cuando ha podido ejercer el poder…
Hoy, bueno en unos días, tendrá todo el poder. No, no sueñe ni se engañe. Andrés Manuel López Obrador buscará y ordenará cumplir todas sus promesas de campaña; la obtusa decisión de cancelar el Aeropuerto Internacional de Texcoco es apenas un preámbulo.
Olvídese de la tontería de las pensiones a los expresidentes: se acabará el Seguro Popular; se mantendrá a los “ninis”, a las mujeres y a los viejitos aunque no haya dinero; se bajará el IVA y el ISR en la frontera norte; regresarán los precios de garantía en el campo; si lo apuran se bajarán los precios de los energéticos aunque para ello sean necesarios millonarios subsidios que reventarán la economía nacional; la inflación creciente será culpa de los empresarios y del entorno internacional, es decir, en lenguaje amlista, será responsabilidad de la mafia en el poder; en algunos años más será necesario, nuevamente, quitarle tres pesos al cero; la instrucción académica quedará en manos del SNTE y la CNTE, dominados ambos, como debe ser, por Elba Esther Gordillo: el sindicalismo será nuevamente oficial y charro, para ello están Napoleón Gómez Urrutia y Carlos Romero Deschamps; la Reforma Energética será sustituida por el regreso de los negocios sindicales y de los altos funcionarios de Pemex; en telecomunicaciones estarán a salvo quienes se sumen al régimen, recuerde que aquí se trata de concesiones; en cuestiones laborales, nadie sufrirá siempre y cuando se sume al nuevo régimen, quien no lo haga sufrirá de huelgas sin fin; la seguridad seguirá a cargo del Ejército y la Marina porque no hay de otra…
No habrá más. Y nadie podrá decir que fue engañado. Nadie puede decir.: ¡ah caray! No, no puede ser. Es lo que prometió un candidato y por lo que votaron 30 millones de electores. ¿Qué esperaban? ¿Cuál es la novedad? Sí, el escribidor lo sabe: la mayoría de los votantes del 2018 no vivieron ni conocieron el régimen priista. Y los que lo vivieron y lo conocieron y votaron por López Obrador es porque se sienten desplazados de sus privilegios.
Es cierto, la ignorancia no salva; pronto lo sabrán aquellos ilusos o aquellos desesperados o los hartos. Lamentablemente nadie debe llamarse a engaño o equivocación y todos habrán de reconocer que el nuevo Presidente de la República es y será muy congruente con todas sus ocurrencias de campaña electoral, las mismas por las que votaron un 53 por ciento de los electores, poco más de un tercio del padrón electoral, una cuarta parte de la población del país. Ésta es la responsabilidad de todos ellos y asumirlo también es congruencia.
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