SALA DE ESPERA
Si usted es de los que está esperando ocurrencias para la resolución de los problemas del universo, del planeta o del país o está muy, pero muy preocupado por la probable debacle de la economía nacional, no lea lo que sigue porque no le va a gustar y, en el mejor de los casos, lo va a considerar una pérdida de tiempo o una cortina de humo.
Ustedes lectores, si los hay, disculparán. Acá no se opinará sobre la mascarada esa llamada consulta sobre la ubicación un aeropuerto de la Ciudad de México ni de sus efectos económicos mi mucho menos de la cotización del peso-dólar por las tonterías que declaran el Señor Presidente electo y sus colaboradores. De pronto hay hechos que parecen o hacen sentir (sí ya sé que soy un enajenado) que todavía existen cosas importantes en este mundo.
Hoy, aquí leerá sobre hechos de hace 50 años y que no son precisamente los del mítico 1968, es decir el movimiento estudiantil de esa año en México ni de las protestas estudiantiles y juveniles y asuntos políticos y derechos humanos en ese año en buena parte del mundo… con todas sus consecuencias. Olvídese.
Hace 50 años el escribidor era un imberbe chaval, lo de sin barba lo sigue siendo y de lo otro también, como ya se ha escrito, pero no se han olvidado el movimiento estudiantil de ese año en México ni los Juegos Olímpicos y las protestas del Black Power, que así se llamaba, y no algo así como “Afroamericano Power” , que no más que pudiera significar era o una mentada de madre para los negros o una cursilería para los otros. Y hoy eso el lo que se usa… ¡Válganos Dios!
Hace 50 años, más allá de Tlatelolco, Praga, París, Berkeley y más, en octubre precisamente se jugó, como todos los años, la Serie Mundial del beisbol de las Grandes Ligas.
Una serie inolvidable, como todo lo de 1968.
Ese año, la Serie Mundial de Beisbol fue entre los Cardenales de San Luis y los Tigres de Detroit, encabezados por dos pitcherazos, de los que ya no se verán, Bob Gibson y Denny McLain, respectivamente. El tigre McLain ganó nada más 31 juegos en la temporada regular, lo que nadie consiguió después ni conseguirá en futuro. Gibson cerró su año con 22 triunfos.
Se entenderá que le escribidor vio en esa Serie Mundial en la televisión, en blanco y negro (muchos años después una de sus hijas habría de cuestionar a su padre como mentiroso porque no creía que había existido la televisión sin más colores que el blanco y el negro).
Pero el caso es que así fue y que el Clásico de Octubre siempre es lo que es aunque haya Juegos Olímpicos o protestas estudiantiles y hasta guerras. De la mano del gran don Gustavo Toral, su tío político, el escribidor fue arrastrado al favoritismo de los de San Luis. Hoy estaría, sin duda, con los políticamente correctos. En el 68, no era así. Entonces no era fácil irle a los negros, pese a su irrupción de ese año en la escena mundial. Eran negros.
Pues resulta que la columna vertebral de los Cardenales de San Luis estaba conformada por negros (no afroamericanos, sino simplemente negros orgullosos de serlo): el pitcher Gibson; el segunda base y gran robador de bases Lou Brock, y el jardinero central Curt Flood. Los que saben de beisbol saben de lo que el escribidor está escribiendo (bueno, la línea que parte el diamante estaba completada por un cátcher que era blanco, pero la parecer tenía alma negra para jugar con sus compañeros; se llamaba Tim McCarver, si al escribidor no le falla la memoria). Y en ese equipo estaban además el gran Orlando Cepeda, latino él, para mayor discriminación, y ahí seguía Roger Maris, al gran odiado por haber osado batir contra el récord de jonrones del Babe Ruth.
Y en Detroit, en ese momento el equipo de los blanquitos (tampoco se les llama caucásicos), aunque es la ciudad de los boxeadores negros, estaban nada menos que los pitchers Denny McLain y Mickey Lolich, y el gran primera base Al Kaline, todos sin color en la piel.
La apuesta era simple. Y el escribidor la perdió. Y miren que fue y es fanático de los Tigres del México. Los Tigres de Detroit ganaron la Serie Mundial de 1968. La ganaron en grande frente a un equipo de los que dice inmortales del beisbol, un equipo de negros y latinos que jugaban al beisbol.
Lo que son las cosas. Entonces, el escribidor imaginó y creyó que la Serie Mundial de 1968 la ganaron los Cardenales de San Luis, de Gibson, Brock, Floyd y Cepeda. Cincuenta años después imagina lo mismo aunque no sea cierto. Uno recuerda lo que quiere no lo que ocurrió.
El de 1968 fue el año del parteaguas de la historia. Unos dieron de hit o hasta de jonrón en ese entonces. Muchos, la mayoría, caminamos hacia la primera base, cuando nos dieron base por bolas para seguir en el juego.
Y acá seguimos y, ni modo, seguiremos tratando de evitar las bolas ensalivadas que lacen quienes están en el montículo… como siempre.