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LA PRIMERA PIEDRA

SALA DE ESPERA

Gerardo Galarza

 

A la hora de opinar, empezar por el principio no es lo mejor políticamente correcto, pero sí lo necesario. No se trata de buscar aplausos, likes o aprobaciones, sino simplemente de exponer lo que ocurre para tratar de dilucidar lo que puede significar.

Sin duda, no es lo mejor ni lo más fácil, sobre todo cuando la mayoría, esa que vota y gana las elecciones, opina lo contrario. (Y no, no, el escribidor no está ardido ni tiene que superar el abrumador resultado de las elecciones del 1º de julio pasado, porque sabe que fue un resultado democrático y que debe ser congruente con su creencia personal de que la democracia es el mejor sistema político, aunque teórica y prácticamente sólo sea el menos peor).

Pero, bueno, se decía arriba que hay que empezar por el principio: No hay ninguna duda de que uno de los dos males mayores de México es la corrupción. El otro es la impunidad, producto muchas veces del primero mencionado.

En México, quizás también en el mundo, el 99 por ciento de los ciudadanos cree que los mayores y peores corruptos son los políticos. El restante uno por ciento está integrado precisamente por los políticos. Nadie en su sano juicio pondrá en duda tal aserto. Es más, algunos escépticos tendrán la oportunidad de comprobarlo. Es una verdad casi absoluta. De ésas por las que puede besar la cruz para jurarlo en el nombre de Dios, aunque no se cree en Dios.

El problema de la afirmación de arriba es que para que haya el corruptos es absolutamente necesario que haya corruptores, quienes están considerados dentro del 99% que cree que sólo los políticos son corruptos.

Para nuestra sociedad, la mexicana de hoy, los corruptos sólo son los políticos y los funcionarios públicos, aunque en muchas ocasiones ni siquiera intervengan en ese fenómeno social. Y la ciudadanía, en este caso una entelequia, es la representación de la mayor de las purezas, aún cuando sea corresponsable de esa corrupción.

Falso. Falsamente terrible. Lo dice, sostiene, opina este escribidor a riesgo del linchamiento moral y de los insultos y amenazas en los lavaderos electrónicos que son las llamadas redes sociales. La corrupción mexicana es un mal de la sociedad mexicana entera, aunque no nos gusta que nadie lo diga.

 

Caricatura de Solís

En los días recientes, como antes, han ocurrido hechos que muestran la corrupción de quienes dicen ser parte de ese 99 por ciento de la población, es decir de los puros, los mismos que lanzan la primera piedra.

Usted ya lo leyó en los medios de información de todo tipo. La mayoría de los lectores, los radioescuchas, los televidentes y los internautas se sorprendió, se rió y lo justificó. Y, peor aún, le pareció gracioso.

¿No lo recuerda? No, tiene razón; no es recordable en el inconsciente colectivo. Faltaba más. No se sorprenda cuando lo lea aquí en las líneas de abajo.

¿Recuerda usted el video que se volvió viral con la imagen de un repartir de la empresa Bimbo que robó cuatro o cinco paquetes de pastelillos a un anciano propietario de una miscelánea? Un robo de cualquier tamaño es un delito, en esencia es un acto de corrupción, como lo son los robos que cometieron los Duarte, Borge y otros exgobernadores enriquecidos. Sí, igual; ni modo. No se puede estar medio embarazadita, diría Manuel J. Clouthier, el Maquío original.

¿Supo usted de los ciudadanos “atletas” quienes cruzaron la meta del maratón de la Ciudad de México, sin haberlo corrido, para presumir una selfie en redes sociales o tratar de obtener un diploma o una medalla de participación? Según diversas versiones, –lamentablemente no hay autoridad que establezca cifras reales hasta el momento de escribir esta columna– la cifra de esos “graciosos ocurrentes” oscila entre un 30% (unos 13 mil) y el cinco por ciento (unos dos mil) de los inscritos según diferentes informaciones, quienes en realidad hicieron trampa, cometieron un acto de corrupción. ¿Se acuerdan de Roberto Madrazo en el maratón de Berlín en el 2007? Pues es lo mismo. Bueno, no es lo mismo, él es priista, dirán algunos digamos cínicos.

Cometidos por integrantes del “pueblo bueno”, estos actos de corrupción no son muy reconocibles ni muchos menos reconocidos. Primero, no fueron cometidos por políticos; segundo, ¿a quién perjudican?, preguntan. En el peor de los casos, son minucias, dicen, argumentan los teóricos de la nueva mayoría mexicana.

El delincuente con uniforme de Bimbo robó por su mal salario, justifican. Los cínicos que se metieron en los últimos kilómetros de maratón para tomarse una selfie a nadie le hicieron daño, apenas si son unos pícaros, lo celebran y lo glorifican.

No, no tienen razón. No. Hay repartidores de pan que hacen bien y honestamente su trabajo todos los días y a nadie le roban. También hay corredores que corren cada uno de los metros del maratón sin necesidad de una falsa selfie.

Es muy probable que estos mexicanos, los que reparten el pan sin robar y los que corren todos los metros de los 42 kilómetros, los que todos los días viven honestamente sigan perdiendo públicamente y que su victoria se vea y esté muy lejos… pero un buen día de éstos la conseguirán. Bueno, a eso apuesta el escribidor, aunque no está seguro de que lo vaya a ver.

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